El paisaje monástico

Los monjes benedictinos jugaron un papel destacado en la organización del poblamiento y en la vertebración del territorio en época medieval, siguiendo un esquema piramidal encabezado por los monasterios más importantes, de los que dependían prioratos, parroquias bajo obediencia abacial y comunidades de aldea. Todo ello desembocó en la creación de un paisaje monástico que aún se puede reconocer sobre el terreno.
Con la creación de estas redes espaciales se puede hablar de la consecución de una territorialidad monástica, implementada además por el control que estos monasterios ejercieron sobre algunos castillos, como el denominado El Piñolo –emplazado sobre un altozano al lado de Corias– o el de Miranda –entregado a Santa María de Lapedo en 1163 por el rey Fernando II–.
En algunos casos este sistema organizativo conformado por un monasterio matriz y por prioratos o cenobios menores subordinados cuajó tempranamente, como bien ejemplifican desde el siglo XI Corias y su priorato de Bárcena. En este último se construyó por entonces un templo románico de cabecera tripartita que lo liga al primero no solo desde un punto de vista jurídico, sino también arquitectónico.
Un priorato era un pequeño establecimiento religioso gobernados por un prior en el que vivían unos pocos monjes, los cuales dependían del abad de la casa madre. En Asturias, Bárcena es, sin duda, el mejor ejemplo de priorato benedictino medieval.
Uno de los elementos que mejor caracterizan la formación de este paisaje monástico es el proceso que tuvo lugar de expansión y consolidación del viñedo en las tierras del suroccidente, relacionado en buena medida con el intenso protagonismo ejercido por Corias, pero en el que participaron todos los monasterios benedictinos asentados en este territorio. Y es que el vino no solo era un elemento litúrgico fundamental, sino que principalmente constituía un alimento básico para aquellas poblaciones.
Además, los monjes benedictinos se convirtieron también en grandes gestores del agua, anticipándose a los cistercienses en la construcción de calculadas acometidas hidráulicas para sus edificios monásticos, pero también en el diseño de espacios de regadío o en la construcción de molinos, ferrerías, batanes y otros ingenios artesanales con los que transformaban la producción agraria.
En torno a los monasterios benedictinos se irá desarrollando a lo largo del medievo un poblamiento campesino de diferente tamaño y relevancia, llegando en algún caso a consolidarse como verdaderas villas que rivalizaron con las famosas pueblas promovidas por la monarquía. Muchos abades acabarán protagonizando enfrentamientos con otros señores laicos y religiosos que pretendían aprovecharse de los mismos recursos en los mismos espacios. Y todo ello pese a que los monasterios disfrutaron desde muy temprano de cotos monásticos bajo el amparo regio: Alfonso V se lo concederá a Bárcena en 1010 y a Obona en 1022; Fernando I a Corias en 1046; Alfonso VII a Cornellana en 1126 y a Lapedo en 1151; y Fernando II a Oscos en 1180 y a Gúa antes de 1188.
Imágenes
Figura 1. Organización del espacio y el poblamiento medieval en el entorno de San Juan Bautista de Corias.
Figura 2. Priorato de San Miguel de Bárcena.
Figura 3. Mapa de los viñedos de Corias según Élida García García (1980).
Figura 4. Acueducto del monasterio de San Salvador de Cornellana (Salas).
Figura 5. Detalle de la tubería de cerámica por la que discurría el agua en el acueducto del monasterio de San Salvador de Cornellana (Salas).
Figura 6. Delimitación del coto del monasterio de Cornellana (David Azpiazu y Daniel Herrera).
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